El triunfo de la voluntad

Netflix estrenó “Arnold”, una serie documental de tres episodios sobre la increíble vida de Schwarzenegger, en todas sus facetas: deportista, ícono del cine de acción y figura política.

Lo que más impresiona de Arnold, la serie documental de Netflix sobre el ídolo del cine de acción de la década de 1980, es ver cómo alguien desfavorecido por las condiciones externas (nació en Thal, un pueblito de Austria) logró conseguir todo lo que se propuso, todas las veces que quiso: ser Mr. Olympia y Mr. Universo, ser la estrella principal de Hollywood y ser dos veces gobernador de California (de 2003 a 2011).

Arnold Schwarzenegger nos demuestra que es la excepción a esa regla sociológica que dice que si las condiciones estructurales son desfavorables, es muy difícil que un individuo pueda sobreponerse o superarlas. Arnold rompe con esa concepción teórica de la vida, la hace trizas, la demuele con unos músculos nunca antes vistos.

Sí, es cierto que en el tercer capítulo reconoce que sin la ayuda de otras personas no hubiese podido alcanzar sus logros personales. Pero nos deja la sensación de que su éxito tuvo que ver más con su talento y con su trabajo disciplinado que con ventajas ajenas a esa determinación y constancia.

La serie documental dirigida por Lesley Chilcott está dividida en tres capítulos: El atleta, El actor y El estadounidense, cada uno dedicado a los logros más importantes de Arnold, quien va contando su vida en primera persona, con entrevistas a amigos y colegas como Jamie Lee Curtis, James Cameron, Linda Hamilton, Danny DeVito, Ivan Reitman, su mejor amigo Franco Columbu (con quien empezó a entrenar), entre otros.

El primer episodio está dedicado al fisicoculturismo y cuenta los comienzos en Austria, donde creció con su hermano mayor, Meinhard, sometidos al yugo de un padre severo, Gustav, que venía de combatir en la Segunda Guerra Mundial y que, a veces, maltrataba a su esposa, es decir, a la madre de los chicos, Aurelia Jadmy, quien le dio el ejemplo a Arnold del trabajo.

El padre también le aconsejó ser útil en la vida. Esas dos influencias, el trabajo de ama de casa de su madre y el consejo de su padre, lo marcaron a fuego, y así empezó a esculpir su cuerpo, metiéndose de lleno en el fisicoculturismo.

Cuando por fin logra desembarcar en California, empieza a entrenar en el gimnasio Gold, en Santa Mónica, bajo la supervisión de Joe Weider, el cofundador de la Federación Internacional de Fisicoculturismo y creador de las competiciones Mr. Olympia. En este capítulo, Arnold aprovecha para hablar de su primera inspiración, Reg Park, quien había hecho de Hércules en una de esas películas péplum que proliferaban en la década de 1960.

El segundo episodio está dedicado a su carrera como actor y a la llegada del amor, Maria Shriver, sobrina de John F. Kennedy, con quien se casa y con quien tiene cuatro hijos. Después de ganar todo con el fisicoculturismo, Arnold quería lograr otros objetivos, como ser el mejor actor de Hollywood.

A fines de la década de 1970, hizo un par de películas que pasaron desapercibidas, y en las que tenía papeles secundarios. Arnold quería ser el protagonista, y así consigue llegar al despacho del productor Dino de Laurentiis, quien estaba por hacer Conan, el bárbaro. Arnold no le cae bien a Laurentiis, pero John Milius, el director, amenaza al productor con una 45 y le dice que si Arnold no es Conan, no hace la película.

Luego llega el llamado de James Cameron para Terminator, la película que lo catapulta a la fama. En un comienzo, iba a hacer del bueno, pero en una reunión para repasar el guion, Cameron ve cómo le refleja la luz en la cara a Arnold y se da cuenta de que tenía que ser el villano, el Terminator 800. Después de ese tremendo éxito, vinieron las otras películas de acción: Commando, Depredador, la comedia Gemelos con Danny DeVito, entre otras. Mientras, en los 80 tenía un rival, otra figura enorme de Hollywood: Sylvester Stallone, y el documental se encarga de mostrar cómo competían.

Al final, lo mejor

En el tercer capítulo, dedicado a su carrera política, vemos lo mejor de la serie. Una vez agotado del fisicoculturismo y del cine, porque lo había conseguido todo en ambos rubros, y después de una fulera operación del corazón en la que casi muere, Arnold decide meterse en la política.

En ese entonces, 2003 más precisamente, el actor quería, como la mayoría de los californianos, destituir al gobernador Gray Davis. En dos meses, California tenía que votar un nuevo gobernador, y Arnold aprovechó la circunstancia para instalarse y empezar a vender su nueva faceta, la del político, primero sin la ayuda de su mujer y luego con su aprobación. Maria no lo veía con buenos ojos porque acarreaba un pasado de familia que la hacía temer lo peor para su marido. Terco, calculador, metódico y carismático, Arnold se postula y gana.

Lo interesante del documental es que muestra que la política también es diversión, y que los intereses de la gente tienen que estar por encima de los personales. Arnold fue el gobernador republicano que más demócratas metió en su gobierno. Y esto no es todo, el documental también muestra las denuncias de mujeres durante la campaña, que acusaban a Arnold de manoseos y propuestas lascivas en el pasado, investigación llevada adelante por Los Ángeles Times. Lo bueno de Arnold es que, lejos de justificar su mal comportamiento, lo condena, se arrepiente y pide perdón mirando a cámara, porque entiende que lo que está mal, está mal hace 40 años como ahora.

Tener siempre hambre de algo, no quedar satisfecho nunca con lo que tienes. Arnold es eso. Sus visiones eran muy claras, con objetivos bien definidos, y cuanto más imposibles eran las misiones, más ganas le daban de afrontarlas. Hay que trabajar siempre, mantener la mente ocupada, seguir para adelante, ese es el consejo de Arnold y el logro motivacional e inspirador del documental.

Arnold (Estados Unidos, 2023)

Documental, Biografía

Muy buena (****)

Dirección: Lesley Chilcott. Elenco: Arnold Schwarzenegger, James Cameron, Linda Hamilton, Danny DeVito, Jamie Lee Curtis, Ken Waller, Susan Kennedy, Charles Gaines, Eric Morris, Boyer Coe, Sylvester Stallone, Jay Leno, Ivan Reitman y Mike Murphy. Fotografía: Logan Schneider. Música: Christophe Beck y Matthew Feder. Duración: 180 minutos (en total). Apta para mayores de 16 años. En Netflix.

Foto del texto: Arnold Schwarzenegger en “Arnold”. (Netflix)

Publicado en el diario La Voz del Interior el martes 27 de junio de 2023.
Jesús Rubio / Copyleft 2023

Brillante sobre el mic

Cada generación tiene las canciones y los músicos que la marcan a fuego. La que creció en la década de 1980 tiene a los grandes representantes de nuestro rock. Charly, Fito, Spinetta, Calamaro, Virus, Soda, Sumo y Los Redondos son algunos de los responsables de su educación sentimental.

Es por eso que la serie sobre Fito Páez de Netflix es nostálgica (en el mejor de los sentidos), ya que retrotrae de una bofetada a los tiempos en los que uno de los músicos más importantes del rock nacional empezaba a convertirse en una estrella luminosa, siempre brillante sobre el mic, mientras muestra un mundo que se perdió para siempre.

Fito tuvo que levantarse una y mil veces y luchar contra las adversidades más antipáticas que un ser humano puede vivir, como la temprana muerte de su madre, las drogas, el asesinato de su abuela y de su tía, las depresiones, los bajones antes de salir al escenario, entre otras.

La serie tiene fluidez narrativa e historias condensadas con efectividad en cada capítulo, en los que no faltan los personajes emblemáticos y las anécdotas más conocidas: los comienzos con Baglietto (y la trova rosarina), Charly García (y las grabaciones de Clics Modernos y Piano Bar), el encuentro en la calle con Spinetta (y el viaje a Rosario) y los personajes más decisivos e íntimos de Fito, como su padre Rodolfo (excelente la actuación de Campi), Fabiana Cantilo (Micaela Riera sorprende con su parecido físico) y Cecilia Roth (Daryna Butryk), su amor después del amor. Además, el actor que hace de Páez, Iván Hochman, logra transmitir la esencia del músico sin caer en la caricatura.

Es una biopic emocionante y bien dosificada, que cuenta con un repertorio musical que sabemos de memoria. Es una pieza que viene a homenajear en vida a uno de los artistas más queridos por el público (y por sus colegas).

Más allá de que se ajusta a la fórmula comercial de Netflix, la serie también es buena porque, entre líneas, habla de un pasado que fue mejor (a pesar de todo). Eso es lo que nos atraviesa el corazón. Y las canciones de Fito, claro.

Foto del texto: Iván Hochman como Fito Páez y Micaela Riera como Fabiana Cantilo en la serie “El amor después del amor”. (Netflix)

Texto publicado en el diario La Voz del Interior el domingo 30 de abril de 2023, en la sección Miradas opuestas del suplemento Vos.
Jesús Rubio / Copyleft 2023

Sumamente correcta e inofensiva

En líneas generales, División Palermo, la serie de Netflix creada, dirigida y protagonizada por Santiago Korovsky, está bien. Simpática, con timing, con chistes efectivos y con personajes bien diferenciados, la serie sobre la guardia urbana inclusiva logra que al final de cada capítulo uno quiera ver el siguiente.

Como serie de Netflix, cumple con los lineamientos y objetivos de la plataforma porque es una comedia encantadoramente superficial y medida, que no se atreve a dar el paso de la desubicación en ningún momento. Y ese es uno de sus problemas, ya que al cuidarse en su incorrección política, se torna sumamente correcta e inofensiva.

La serie se conecta con una tradición de comedias que tiene en el cine a un exponente insoslayable: Locademia de policía (1984), cuya gracia reside en las características personales de los personajes aspirantes a policías. Korovsky de alguna manera se inspira en la fórmula de este clásico y retoma su humor desprejuiciado con algunos temas tabúes como la discapacidad.

La guardia urbana reúne a una mujer inválida, a un ciego, a un anciano sordo, a un manco, a una chica trans, a un muchacho con sobrepeso, a un judío y a un joven comediante de Bolivia, entre otros personajes que se toman la incorrección política con humor, mientras suenan hits del pasado reciente, como la pegadiza Me haces tanto bien, de Amistades Peligrosas, en escenas muy graciosas.

División Palermo apuesta por las minorías antiheroicas como arma humorística, pero no arriesga demasiado y se limita a entregar ocho episodios breves diseñados a la medida de las políticas conservadoras de Netflix. Además, se circunscribe a la clase social y al tipo de relaciones sociales a las que pertenece Korovsky, quien no puede ver más allá de su inherente porteñismo.

Si el director se hubiera animada a hacer humor incorrecto en serio con las discapacidades de los personajes, quizás ahí sí hubiera sido una serie políticamente incorrecta, como se la quiere vender. Pero División Palermo está hecha para que la clase media “progre” de Buenos Aires pueda dormir con su conciencia un poco más relajada.

Foto del texto: Renato Condori, Valeria Licciardi, Daniel Hendler, Santiago Korovsky, Pilar Gamboa, Hernán Cuevas, Julio Marticorena y Facundo Bogarín en “División Palermo”. (Netflix)

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el domingo 26 de febrero de 2023, en la sección Miradas opuestas del suplemento Vos.
Jesús Rubio / Copyleft 2023

Plaga zombi sin marco teórico

Van dos episodios de la primera temporada de The Last of Us, la serie de HBO basada en el videojuego escrito por Neil Druckmann, y aún no vimos lo que tiene que tener toda serie de ciencia ficción posapocalíptica: una explicación política (y no meramente científica o médica). La ciencia ficción piensa mundos posibles para entender el presente y darle a la audiencia herramientas teóricas que la ayuden a pensar lo que le puede pasar a la humanidad si se dan ciertas condiciones desfavorables.

Neil Druckmann y Craig Mazin se encargan de dirigir y escribir esta nueva apuesta zombi de la televisión estadounidense, con Pedro Pascal como protagonista y Bella Ramsey como la niña que lo acompaña. Hasta ahora sabemos que lo que produjo la infección fue un hongo cordyceps, y que todo empezó en 2003, cuando un virus fúngico desencadena una pandemia y convierte a sus víctimas en zombis sedientos de sangre.

Fuera del prólogo ambientado en 1968 y protagonizado por John Hannah, en el que se adelanta sobre el peligro de ciertos hongos y lo que puede pasar si se dan determinadas condiciones que les permitan controlar a los humanos, no hay ningún marco teórico que respalde el desarrollo de la acción, que tarda un poco en llegar. Y le falta la adrenalina del videojuego.

La serie apuesta por el deambular cuidadoso de sus protagonistas, quienes tienen que atravesar territorios devastados con el fin de llevar a la niña Ellie a un lugar donde puedan estudiarla para ver si logran crear una vacuna, ya que es inmune a la infección.

El primer episodio recurre a una explicación científica que no dice mucho, al igual que el segundo, que tiene un prólogo en Indonesia con una especialista en micología que hace toda una apología del bombardeo masivo.

The Last of Us es como sus villanos, no tiene nada adentro. Alarga las escenas con personajes que se limitan a caminar por museos y hoteles asolados mientras matan zombis. Parece un producto más interesado por facturar que por brindarles a los espectadores material para pensar el mundo en el que vivimos.

Foto del texto: Bella Ramsey y Pedro Pascal en “The Last of Us”. (HBO)

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el domingo 29 de enero de 2023, en la sección Miradas opuestas del suplemento Vos.
Jesús Rubio / Copyleft 2023

Psicópata americana sin gracia

Se extraña mucho al Tim Burton de la década de 1990, al que hizo películas como El joven manos de tijera (1990) o Batman vuelve (1992). Lamentablemente, su estilo sufrió una depuración desfavorable, en el sentido de que sus imágenes fueron perdiendo la textura granulada y la oscuridad que hacían de lo gótico un cine único, un cine que sabía cómo cautivar con sus extraños monstruos y sus encantadores freaks.

Hoy Tim Burton ya no tiene ni la cuarta parte de ese estilo que lo consagró como un director con voz propia y la prueba es Merlina (Wednesday), la serie estrenada en Netflix que lo tiene como autor creativo y director de los primeros cuatro episodios. En Merlina, la imagen tiene la nitidez de lo digital, la pulcritud anticinematográfica que caracteriza a todo lo que se hace desde las grandes plataformas.

Protagonizada por una espléndida Jenna Ortega, la serie centrada en la hija díscola y macabra de la familia Addams no ofrece nada original ni interesante, más allá de algunas aceptables referencias a clásicos como Carrie (1976) y a su icónica escena de baile. Plagada de personajes adolescentes tan inocuos como el argumento general, la serie tiene que recurrir a una trama policial para disimular su falta de ideas.

Que se tenga que apoyar en fórmulas de otros géneros es lo de menos, ya que lo más terrible es que le roba descaradamente a Harry Potter para justificar el ingreso a un mundo mágico y sobrenatural que la aleja de la esencia fúnebre de Los locos Addams, que hacían de lo mortuorio una bandera pop novedosa, y cuya gracia se basaba en las iniquidades asesinas que Merlina le hacía a su hermano Pericles, siempre con la complicidad de Dedos, Largo y el tío Lucas.  

La serie se sale del espíritu dark que le dio origen y de la particular palidez zombi de Merlina para ubicarse en la Academia Nunca Más de Jericó, el pueblo donde transcurre la acción. Merlina tiene visiones psíquicas y presencia el asesinato de uno de los alumnos de la excéntrica escuela, a la que asisten lobizones, sirenas malvadas y personajes sin rostro que compiten en campeonatos que homenajean a Edgar Allan Poe.

Esa actitud gótica sarcástica solo puede funcionar con adolescentes que se quieren hacer los raritos. Pero no es más que una galería desabrida de excluidos estereotipados, con la forzada inclusión de la corrección política que aplana todo a su paso.

Foto del texto: Jenna Ortega en “Merlina”. (Netflix)

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el domingo 11 de diciembre de 2022, en la sección Miradas opuestas del suplemento Vos.
Jesús Rubio / Copyleft 2022

El edificio de las malas personas

Según el diccionario, la misantropía es la aversión, la desconfianza, el desprecio o el odio hacia la especie humana, el comportamiento humano o la naturaleza humana. La definición les calza con precisión a los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat, la dupla despreciativa por excelencia de la provincia de Buenos Aires.

El encargado, la serie de Star+ que los tiene como directores y guionistas (junto con otros escribientes que firman los 11 capítulos), y cuyo protagonista es Guillermo Francella, es otra prueba del odio que tienen hacia sus personajes. Odio al que nos tienen acostumbrados, ya que en sus películas anteriores (El hombre de al lado, El ciudadano ilustre, 4×4, entre otras) no hacen más que lucirlo con absurdo orgullo supremacista.

Eliseo (Francella) trabaja como encargado de un importante edificio, al que usa para hacer negocios raros y para disfrutar de las comodidades de los departamentos cuando sus dueños no están. Pero Eliseo tiene un rival, el abogado Matías Zambrano (Gabriel Goity), quien quiere construir una pileta en la terraza, en la que Eliseo vive desde hace casi 30 años.

La guerra entre ambos está declarada, situación que los directores aprovechan para mostrar el peor costado de sus personajes, llegando a un extremo de vileza predecible. Aunque entretenga, la serie es inverosímilmente malvada.

El gran problema de El encargado (como todo lo que hacen los directores) es que no hay ningún personaje bueno (hasta los niños son malos). Todos tienen algo despreciable y todos quieren sacar alguna ventaja o llevarse algo de más. El trazo grueso y la misantropía de los directores (y de los guionistas) hacen que los capítulos sean monótonos, repetitivos y, por lo tanto, poco interesantes.

La visión que la serie tiene de las personas no habla bien de sus autores. Que de entrada presenten al protagonista como un psicópata porque sí, los deja en evidencia. Eliseo tiene una planta carnívora que alimenta cuidadosamente con insectos. Esa es la concepción reduccionista de la humanidad que tienen Cohn y Duprat, esos son los dos tipos de personas que existen para ellos. Es decir, el que devora y el que es devorado.

Foto del texto: Guillermo Francella en “El encargado”. (Star+)

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el domingo 6 de noviembre de 2022, en la sección Miradas opuestas del suplemento Vos.
Jesús Rubio / Copyleft 2022