Mel Brooks. La larga risa de todos aquellos años

A los 97 años, le concedieron el Oscar a la trayectoria a uno de los humoristas más brillantes de Hollywood, creador de “El superagente 86”.

No falta mucho para que cumpla 100 años. Su nombre está asociado a grandes comedias de la historia del cine y a una serie inmortal: El superagente 86, que creó junto con Buck Henry a mediados de la década de 1960. Estamos hablando del genial e irrepetible Mel Brooks, nacido como Melvin James Kaminsky el 28 de junio de 1926 en Nueva York, en una familia judía integrada por papá Max, mamá Kate y tres hermanos mayores: Irving, Leonard y Bernard.

Mel creció en Williamsburg (barrio de Brooklyn) y a los 9 años su tío Joe lo llevó a un musical de Broadway que le cambió la vida. A la salida, el niño le dijo a su tío que quería dedicarse al espectáculo. En la adolescencia, mientras animaba fiestas en piscinas, decidió cambiar su nombre a Mel Brooks, una especie de abreviación del apellido de soltera de su madre (Brookman). A esa edad también aprendió a tocar la batería y se ganaba la vida como músico en clubes nocturnos.

El acontecimiento que lo marcó a fuego fue la temprana muerte de su padre, cuando Mel tenía apenas 2 años, lo que hizo que sintiera bronca con el mundo, sentimiento expresado a través de los personajes de sus películas, hechas con mucho tacto para el gag y para el remate ocurrente, y con un don único para la ironía y para los malos entendidos, a los que transformaba en efectivas piezas de humor popular.

Un parodista ejemplar

En 1944 se integró al Ejército de los Estados Unidos tras sacar el máximo puntaje en la prueba de clasificación. Allí dio sus primeros pasos como humorista, parodiando en la radio del Ejército la propaganda nazi, método que puliría hasta convertirse en un parodista filoso y sagaz.

También comenzó a actuar en centros turísticos del Cinturón de Borscht, y en 1949 su amigo Sid Caesar lo contrató para escribir bromas en una serie de la NBC. Fue Caesar quien luego creó la serie de variedades Your Show of Shows, en la que Brooks se encargaba de escribir los chistes junto con Carl Reiner y Neil Simon.

En 1967 debutó en cine como director y guionista con Los productores, una película imposible de hacer hoy en día, por su incorrección política y por el desparpajo desprejuiciado que la atraviesa. Protagonizada por Zero Mostel y Gene Wilder, cuenta la historia de un productor corrupto de Broadway (Mostel) y un contador tímido y compulsivo (Wilder) que quieren hacer una obra que sea un fracaso, porque, según una teoría, se harán ricos si fracasan.

Es así que eligen llevar a las tablas una obra titulada Primavera para Hitler, pero les sale el tiro por la culata porque queda como una parodia hilarante y se convierte en un éxito rotundo. Con esta película, Brooks se llevó el Oscar a Mejor Guion Original (ganándole a Stanley Kubrick y a John Cassavetes).

Gracias a este éxito pudo hacer su segunda película, El misterio de las doce sillas (1970), algo así como una historia de detectives picaresca protagonizada por Ron Moody, Frank Langella y Dom DeLuise, y en la que el mismo Brooks actúa con un personaje secundario.

La tercera es la vencida

Pero es con su tercera película, Locura en el oeste (1974), con la que arranca su estilo paródico. La película está protagonizada por Gene Wilder y es un homenaje al western, en la que se afianza la relación con Wilder, quien le ofrece un guion que había escrito, el de El joven Frankenstein (1974), película que hace ese mismo año y que se convierte en un clásico de culto.

Luego vinieron las parodias al cine mudo con Silent Movie (1976), al cine de Alfred Hitchcock con High Anxiety (1977), a los péplums religiosos y de la Edad Media con La loca historia del mundo: Parte I (1981), a las películas de ciencia ficción y de aventuras espaciales con Spaceballs (1987), a las películas de aventuras con Las locas, locas aventuras de Robin Hood (1993) y a las películas de monstruos de la Universal con Drácula: Muerto pero feliz (1995). Y con ¡Qué asco de vida! (1991), quizás la menos paródica (o al menos no está centrada en un género en particular), Brooks saca a relucir un tono amargo y una feroz crítica social.

Tiene un total de 11 películas y es el creador de la recordada serie El superagente 86. Se casó en segundas nupcias con la actriz y directora Anne Bancroft (fallecida en 2005) y tiene cuatro hijos. Sus películas son clásicos de la comedia de todos los tiempos. Ojalá podamos cantarle el cumpleaños feliz dentro de poco. Y ojalá su legado continúe vivo porque hoy es más necesario que nunca, sobre todo por la falta que hace recuperar la larga risa de todos aquellos años.

Foto del texto: Mel Brooks en “Mel Brooks: Make a Noise”. (WNET / American Masters)

Publicado en el suplemento Número Cero del diario La Voz del Interior el domingo 25 de febrero de 2024.
Jesús Rubio / Copyleft 2024

Annie Wilkes. La fan más peligrosa

La protagonista de “Misery” tiene una poderosa doble presencia en la novela de Stephen King y en la interpretación de Kathy Bates en el filme de 1990.

El rasgo principal que un villano debe tener para ser inolvidable es que su locura sea aterradora, y no hay nada más aterrador que una enamorada patológica, la que lleva su amor al extremo de atar en una cama a su amado y a cortarle las piernas para que no pueda escapar nunca más. No hay villano más peligroso que el que ama sin medidas, y la figura del fanático es el ejemplo más acabado del que ama con obsesión compulsiva y sin medir las consecuencias de su pasión desquiciada.

“Soy su fan número uno” son las palabras de presentación de Annie Wilkes, la corpulenta secuestradora del escritor bestseller Paul Sheldon y “neurótica profunda” nacida de la mente de Stephen King en Misery, su obra maestra de 1987, llevada al cine en 1990 y protagonizada por Kathy Bates, en la piel de la enfermera asesina, y James Caan, en el papel del escritor.

Recapitulemos: Paul Sheldon tiene un accidente en la nieve después de terminar su nueva novela, completamente distinta a las novelas románticas protagonizadas por Misery Chastain, personaje al que mata en su último libro, El hijo de Misery. Annie Wilkes lo rescata y lo lleva a su casa ubicada en las afueras de Silver Creek Lodge, Colorado. Le entablilla las piernas destruidas y le empieza a dar pastillas de Novril, un calmante que mantiene al escritor sin dolor.

Sheldon se da cuenta de que Annie está chiflada y de que su vida corre peligro. De a poco, la extraña mujer empieza a mostrar una bipolaridad amenazante y pasa de un trato tenebrosamente maternal a enfurecerse con los pedidos de Sheldon. Como la describe King, Annie parece uno de esos ídolos de piedra de los cuentos de Rider Haggard. Su aspecto es el de una mole con faldas de lana, carente de “toda curva femenina”. Su cuerpo “daba la sensación de estar hecho de peñascos, sin orificios acogedores, ni siquiera espacios abiertos ni zonas flexibles”, como dice en el libro.

Lectora perfecta y enferma

Annie Wilkes representa al menos dos figuras: por un lado, la de la lectora perfecta, por lo simple y literal, a la que King ataca porque se siente asediado por fans que le piden más historias de terror; y por el otro, la de la enamorada con neurosis elevada, o lo que en la jerga de la psicología cotidiana se conoce como la “enamorada tóxica”. Annie es la tóxica por antonomasia. No por nada el corte de los pies del ser amado es la metáfora del corte de su libertad.

Como toda enamorada enferma, Annie enloquece ante la posibilidad de que Paul se vaya o de que su personaje favorito (con el que se siente identificada), Misery Chastain, muera. El desequilibrio de Annie, a causa de un pasado oscuro que incluye bebés muertos en el hospital en el que era jefa de enfermería, se complementa con su fanatismo desbordado, combinación que la convierte en una villana atemorizante.

Annie también es la representación del lector ideal, en el sentido de que tiene la dosis justa de idiotez para creerse lo que lee. “Annie Wilkes era la perfecta espectadora, una mujer que adoraba las historias sin que le importara el mecanismo de su construcción. Era la encarnación de aquel arquetipo victoriano: el Lector Constante”, escribe King.

Annie Wilkes se convirtió en mi villana favorita desde que vi la película en la década de 1990. El impacto que me causó me llevó a leer el libro, que disfruté muchísimo más, aunque no tanto como Annie disfrutaba de los libros de Sheldon protagonizados por Misery, porque lamentablemente (o por suerte) no soy ese “Lector Constante”.

Foto del texto: Kathy Bates como Annie Wilkes en la película “Misery”. (Everett Collection)

Este texto fue publicado en el suplemento Número Cero del diario La Voz del Interior el domingo 12 de febrero de 2023.
Jesús Rubio / Copyleft 2023

Cinco razones de Oscar Isaac

El actor guatemalteco se pasó buena parte de su carrera en roles secundarios. Hoy es una de las figuras latinas más importantes de Hollywood y protagoniza la nueva Star Wars.

Oscar Isaac

1. Secundario. Tras el estreno de El despertar de la fuerza, Oscar Isaac probablemente se convirtió en el guatemalteco más famoso después de Ricardo Arjona. Con un look bien latino (morocho de ojos tristes, nariz prominente y orejas con cartílagos superiores de raro efecto), el actor de 36 años se parece al típico alumno que pasa inadvertido en el aula, aunque una vez que pela su talento nadie puede obviarlo. Quizás la figura del trabajador golondrina le venga bien, ya que va de aquí para allá en producciones chiquitas, interpretando papeles secundarios para parar la olla. Y en esa especie de invisibilidad está su mérito. Isaac pertenece a una raza de grandes actores secundarios que forjaron su carrera limpiando los baños de Hollywood.

2. Cambio de identidad. Su primer documento dice que se llama Óscar Isaac Hernández Estrada, nacido en Guatemala el 9 de marzo de 1979. Su familia se mudó a Miami cuando era chico y allí empezó a tocar la guitarra en una banda de punk-ska. “Ser Óscar Hernández en Miami es como ser John Smith en cualquier sitio. Hay quince páginas en la guía telefónica con tu nombre”, dijo cuando le preguntaron por la abreviación de su gracia. Antes de graduarse en la Escuela Juilliard de Nueva York (un prestigioso conservatorio), su incursión en el cine quedó registrada en varias películas de segunda línea, con participaciones mínimas. También hizo una aparición televisiva en Law & Order: Criminal Intent y pisó las tablas con obras de Shakespeare.

3. Camino al éxito. Antes de ser Poe Dameron en Star Wars, consiguió su primer papel importante en 2006 con el El nacimiento, donde interpreta a José, ni más ni menos que el padre de Jesús. A partir de ahí empezó a acumular una chorrera de títulos en su currículum vitae, pero casi siempre con papeles secundarios. Actúa en Red de mentiras junto a Leonardo DiCaprio y Russell Crowe; en Ágora, de Alejandro Amenábar, donde acaricia a Rachel Weisz y encarna a uno de sus personajes más ambiciosos; está también en Robin Hood, de Ridley Scott, como el rey Juan de Inglaterra; y en 10 Years, en la que se da el lujo de tocar una canción de su autoría: Never Had. Además es dirigido por Madonna en W.E., donde hace de un guardia de seguridad.

4. El otro Dylan. En 2013 tuvo su primer protagónico absoluto. Los hermanos Coen no tenían ni idea de quién podía ser el actor principal de su nueva película, hasta que conocieron a Oscar. Inside Llewyn Davis fue prácticamente escrita para él, como si se tratara de su propia biopic. El personaje es un músico que naufraga en la escena folk del Greenwich Village a comienzos de la década de 1960. Tiene el mismo talento que Bob Dylan, pero no la misma suerte. Ya se sabe, en las películas de los Coen sólo existen el infierno y el purgatorio, y personajes decadentes que van y vienen entre esos dos lugares. Llewyn está encerrado en un círculo pesadillesco. Lo único que recibe son golpes de desconocidos. El filme es gris como la vida de un hombre común.

5. Piloto intergaláctico. Tiene al menos tres papeles memorables: en el drama noir-pop Drive compone un personaje complejísimo e intenso: el marido de Irene (Carey Mulligan); en Sucker Punch – Mundo Surreal es Blue Jones, el jefazo bastante parecido a Freddie Mercury en versión latina, a quien le gusta ver bailar a Babydoll (Emily Browning) en ese manicomio musical con sesiones oníricas en forma de videojuego violento. Y cómo olvidar su reciente trabajo en Ex Machina, en la que hace del científico borrachín que fabrica robots en forma de mujeres hermosas y donde se consagra con una escena de baile disco. Ahora lo tenemos en la nueva Star Wars, donde es Poe Dameron, uno de los mejores pilotos de la Resistencia.

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el lunes 21 de diciembre de 2015.
Jesús Rubio / Copyleft 2018

 

El hombre que vino de las estrellas

Al igual que Oscar Wilde, David Bowie hacía apología de su vida, y así logró crear un personaje que se reinventaba permanentemente. Aquí, un repaso por su selecta filmografía.

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Caer en lugares comunes con alguien que se pasó toda su vida esquivándolos sería un arranque injusto, pero es imposible escribir sin hacerlo. Fue el tipo de los mil looks, el último moderno, el cultor de la androginia, el alien camaleónico, el extraterrestre de este planeta, el hombre que cayó a la Tierra, el que vino del futuro para vender el mundo, el actor multifacético, el arcano público, el marciano con ojos de distinto color, el delgado duque blanco, el héroe del glam rock, el dueño de la vanguardia y de la moda, el experimentador y el experimento, el supremo ídolo del pop, el personaje capital de la cultura popular, el cancionista definitivo, una obra maestra en sí misma. Y qué cruel e ingrato suena el tiempo pasado para referirse a uno de los artistas más importantes de la segunda mitad del siglo 20. Qué difícil decir “fue” cuando su poderosa, influyente y adelantada obra nos obliga a seguir diciendo “es”.

El lunes fue el día más triste de la historia de la música mundial. Murió David Bowie, ese personaje creado por David Robert Jones (su verdadero nombre) que parece un enviado de otra galaxia con la misión de esparcir belleza y lucidez en este mundo criminal.

Hace poco fue su cumpleaños número 69 (el 8 de enero). Hace poco también llegaban las buenas noticias de su nuevo disco, Blackstar, y el primer corte de difusión. Pero hacía 18 meses que peleaba contra un cáncer de hígado y el lunes a la madrugada tiró los guantes y sus familiares hacían público su deceso y nadie lo podía creer.

Al igual que Oscar Wilde, David Bowie hacía apología de su vida, y así logró crear un personaje que se reinventaba cada año, incorporando innovaciones de todo tipo. La transgresión fue siempre su única aliada, la vanguardia su profesión. El futuro le pertenecía sólo a él.

Filmografía selecta

Además de ser un prócer musical también tenía un sobrado talento para la actuación. De hecho, antes de ejecutar un instrumento o cantar, sus primeros pasos los dio en el teatro. El niño prodigio y superdotado estudió arte dramático con Lindsay Kemp, pasando por todos sus derivados, como la mímica y la comedia del arte.

Su primer protagónico absoluto fue en una de las obras maestras de Nicolas Roeg: The Man Who Fell to Earth (1976). Allí hace de un extraterrestre que llega a la Tierra con mucha sed y un atado de dólares hasta hacerse millonario. La película se la ingenia para hablar de la vida del propio actor y mezclarla con la conspiranoia de la época. La performance de Bowie dejó boquiabierto a muchos cuando frente a un espejo se empieza a quitar partes de su cuerpo para mostrarle al mundo lo que realmente es. La escena es una de las más icónicas del cine moderno.

Otro papel importante es el del vampiro sexual y elegante de El Ansia (The Hunger, 1983), la insuperable ópera prima de Tony Scott, donde se pasea desnudo junto a Catherine Deneuve y Susan Sarandon. Esta quizás sea una de sus mejores actuaciones.

También fue el rey de los goblins en Laberinto (Labyrinth, 1986), película en la que se cansa de hacer llorar a un niño para el escándalo de los espectadores políticamente correctos, y no sólo lo hace lagrimear a los gritos sino que, encima, lo revolea por el aire mientras baila, adelantándose varios años a los juegos amenazantes de Michael Jackson con su hijo desde un balcón altísimo. Y para que definitivamente lo consideren el amo de lo indebido, le hace la vida imposible a una adolescente Jennifer Connelly.

En total participó en más de 20 películas (Just a Gigolo, Into the Night, Absolute Beginners, Twin Peaks: Fire Walk with Me, Basquiat, Il mio West, Everybody Loves Sunshine, Mr. Rice’s Secret, entre otras). Además están su recordado prisionero de guerra Jack Celliers en el filme de Nagisha Oshima, Merry Christmas Mr. Lawrence (1983); el memorable Poncio Pilato scorseseano de La última tentación de Cristo (1988); y los muchos cameos: desde el de Yo, Cristina F (1981) y el de Zoolander (2001) hasta su participación en El gran truco (2006), de Christopher Nolan, en el que hace de Nikola Tesla, ese genio con aspecto de fenómeno de feria, como él mismo.

El comunicado que dio a conocer la triste noticia terminaba diciendo que “murió en paz rodeado de su familia”. Pero si esta nota empezó con lugares comunes obligatorios, inevitables y necesarios, deberá terminar de la misma forma, diciendo que el gran duque blanco no morirá jamás, porque su inmortalidad quedará en su inmenso legado artístico.

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el martes 12 de enero de 2016.
Jesús Rubio / Copyleft 2018

Esa mujer

Lana Del Rey

Muy de vez en cuando los astros se alinean y nace la estrella pop que trae al mundo ese puñado de canciones que se escucharán durante un tiempo eterno, las que ni bien salen al espacio exterior se convierten en hits imperecederos, que ayudan a evadirnos por un instante de la insoportable realidad al ritmo de melodías siempre tristes por fuera y, a veces, felices por dentro.

Se sabe que su verdadero nombre es Elizabeth Woolridge Grant, que nació en cuna de oro, que se graduó en Filosofía, que en la adolescencia se largó a cantar como una loquita en clubes nocturnos, que se cambió el nombre artístico muchas veces hasta que quedó conforme con el españolado Lana Del Rey, que tiene una voz afinadísima y que su vagina, según las buenas malas lenguas, sabe a Pepsi.

Su fama llegó cuando lanzó Video Games, cuyo videoclip lo filmó ella misma con una webcam y lo subió a Internet. Ese found footage amateur y melancólico, de estética vintage y donde se la ve con sus polémicos labios mezclados con imágenes de Paz de la Huerta en un estado de ebriedad absoluto, mientras la bandera de Estados Unidos flamea de fondo, es la síntesis perfecta de la particular norteamericanidad que representa y transmite.

Dijo que se iba a retirar de la música porque después de Born To Die no iba a poder crear nada que esté a la misma altura. Pero, este año, la musa se le apareció en una fiesta encarnada en Dan Auerbach y nació Ultraviolence, un álbum de temas lentos que son la prueba más contundente de que a Lana no hace falta defenderla con palabras, que basta con darle play a cualquiera de sus nuevos tracks para darse cuenta de que escucharla es lo mejor que le puede pasar a nuestras vidas.

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el domingo 3 de agosto de 2014.
Jesús Rubio / Copyleft 2017