Luces y sombras de la saga Star Wars

El fenómeno es un producto episódico concebido exclusivamente para facturar. De tanto estirarlo, fue perdiendo consistencia.

Star Wars

La influencia de Star Wars en la cultura popular, en general, y en el cine de Hollywood, en particular, es innegable. Cuando en 1977 George Lucas filma la primera entrega de la saga que marcaría a varias generaciones de espectadores algo cambia para siempre. Los tres primeros episodios de La guerra de las galaxias (IV, V y VI) son puro entretenimiento épico, pura gloria cinematográfica mainstream. A partir de ese hito intergaláctico, el negocio del espectáculo y la concepción del cine comercial dan un giro sorprendente y nace lo que hoy se conoce como blockbuster o cine pochoclero, que viene acompañado por grandes campañas publicitarias y merchandising.

A fines de la década de 1990 se retoma la saga, pero el cine de Hollywood se concentra cada vez más en los negocios, en detrimento de lo cinematográfico. Los tres episodios que se hacen a partir de 1999 (I, II y III) están bien pero la magia de los tres primeros queda un tanto difuminada. Desde el episodio III (La venganza de los Sith, 2005) pasan 10 años hasta que J.J. Abrams resucita la leyenda con el episodio VII (El despertar de la fuerza, 2015), dirigido por él, para dejar nuevamente conforme a todos los fans, sobre todo porque retoma el espíritu y la mística de la saga y los hace convivir con los nuevos tiempos.

Ahora bien, así como su irrupción en la escena del cine norteamericano de los 70 cambia la manera de entender el cine, también es cierto que Star Wars es un producto episódico concebido exclusivamente para facturar. Su lógica es la de los negocios y no la del cine (o, si se quiere, la del arte); por lo tanto, lo que tiene para ofrecer es sólo la prolongación infinita con ánimo de lucro, inspirada en los viejos seriales y aprovechándose del actual auge de las series de televisión, de una supuesta guerra entre dos grandes bandos (La Primera Orden vs La Resistencia) que se disputan el poder de las galaxias.

Malos para nada

Como es un invento del Hollywood mercantil y empresarial, los verdaderos intereses de los supuestos malos nunca están claros, son confusos, ridículos, falsos, y en el episodio VIII (Los últimos Jedi, 2017), dirigido por Rian Johnson, se notan mucho las carencias, las fallas, las inconsistencias (enumerarlas sería incurrir en spoilers), la falta de alma de sus personajes, la falta de nervio, de chispa, de amor por el espectáculo cinematográfico, amor que sí tenían las tres primeras películas.

Por ejemplo, en Los últimos Jedi los que pelean del lado de la Resistencia pelean por nada, parecen de mentirita, no tienen pasión ni fuerza (paradójicamente). Si los rebeldes pelearan en serio, pelearían contra los malos (la Primera Orden) para frenar las ansias destructivas de poder, no para ocupar su lugar. Y si fuera así, sería una lucha, en clave de metáfora, contra el Hollywood que los inventó, y eso, obviamente, no va a suceder nunca.

Tenemos entonces dos bandos que pelean por nada, con su filosofía New Age como bandera, y el discurso de la Fuerza que atraviesa la historia y que es algo así como la energía de todo lo vivo, o mejor dicho la energía de todo y su armonía. La armonía de todo es la Fuerza, y es algo que uno lo puede sentir porque lo lleva dentro. A su vez, en esa Fuerza hay una Fuerza oscura, que hay que evitar porque es el caos, la destrucción, la muerte.

Valiéndose de esta concepción del mundo, el episodio VIII nos presenta un Luke Skywalker convertido en un hippie individualista y culposo, un eremita egoísta, que difunde su filosofía New Age como una verdad absoluta. Y he ahí una de sus principales fallas, ya que vuelve a insistir con una visión del mundo caduca, que funcionó cuando la generación de Los hijos de Acuario estaba de moda, hace más de 40 años.

Mientras que el personaje de Kylo Ren quiere destruir el pasado, empezar de cero, pero desde la nada, para encarar un futuro que no tiene muy claro, un futuro que quiere construir desde el presente vacío en el que habita. Es decir, Kylo Ren es la reencarnación del neoliberalismo más reaccionario, más miope, más decidido y perversamente radical.

Conflictos sin sentido

Star Wars es una saga hecha para que los estudios que la patrocinan se hagan millonarios, una saga que maquilla sus verdaderas intenciones económicas con un conflicto que se prolonga sin sentido. Y lo peor de todo no es la larga duración de cada episodio, sino que las nuevas entregas dejan toda la sensación de que no agregan demasiado a la historia del cine.

La guerra de las galaxias es pura inercia mercantil, un conjunto de películas que sólo puede conmover a los que son incapaces de ver más allá de la supuesta trama que siguen con fanatismo ciego.

Este texto fue publicado en el diario La Voz del Interior el sábado 23 de diciembre de 2017.
Jesús Rubio / Copyleft 2017

Deja un comentario